Armando Zamora/
El frío suele medirse en grados Celsius, en latidos del corazón se mide el cariño por México y sus símbolos patrios. Y hoy los corazones de los niños que asisten al Centro de Desarrollo Infantil (CDI) de la Universidad de Sonora palpitaban en los tres colores de la bandera, los mismos que nos arropan con su calidez histórica: el verde es la esperanza, el blanco la unidad y el rojo la sangre de los héroes que dieron su vida a cambio de un país libre y soberano.
Los niños no se necesitan muchas clases de historia nacional para entender que existe un enorme territorio que nos pertenece a todos, una patria que nos abraza desde lo más profundo de sus entrañas y que nos da un nombre y una nacionalidad que nos identifica ante el mundo como hijos de un país que se ha ido construyendo y reconstruyendo con el esfuerzo de quienes nos identificamos con las estrofas trémulas de nuestro himno: “Mexicanos, al grito de guerra, el acero aprestad y el bridón…
A las 9:00 horas, bajo un sol que apenas le daba batalla a los 10 grados que flotaban en el ambiente, el patio del CDI se llenó de miradas parpadeantes y voces infantiles que jubilosas esperaban el redoble de tambores y el paso de la bandera tricolor para dar inicio a la ceremonia en homenaje al pendón patrio, que encabezaron marcialmente la Banda y Escolta Legión Seri, grupo representativo de la alma mater.
Ante las profesoras y padres de familia, los búhos más pequeños de la institución se sumaron al acto cívico de respeto a la bandera mexicana, al cumplirse ayer el día en que la conmemoramos oficialmente, y al paso de la escolta los pequeños saludaban emocionados el transcurrir de la historia nacional hacia el asta bandera que esperaba en silencio ser parte del ceremonial.
La emoción de presenciar el izamiento de bandera es indescriptible. Cuando poco a poco se elevan aquellos tres colores hacia el cielo azul, se mezcla un sentimiento venido desde la infancia primera, cuando se empiezan a conocer y reconocer los rostros y las voces de la gente que nos rodea, y también el nacionalismo silvestre que brota de algún lugar del cuerpo que unos le llaman corazón, otros le dicen espíritu y no pocos le nombran el alma.
Corazón, espíritu, alma… eso fue lo que se reflejó en el rostro de los niños del CDI al momento en que la bandera fue emergiendo lentamente, y cuando un soplo de viento frío la hizo ondear en lo alto del asta por un instante, la alegría de estar ahí, en medio del frío, hizo que el momento valiera la pena, porque es la prueba de que la semilla del cariño por la patria, sus símbolos y su historia está germinando.
Al momento en que alumnos, profesoras y padres de familia entonaban el himno nacional a capela, como lo hacen los héroes en medio de la batalla, y mientras el lábaro patrio se mecía cadencioso en el bullicioso fervor patrio, vinieron a la mente las frases gloriosas del Juramento: “Bandera de México, legado de nuestros héroes, símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos: te prometemos ser siempre fieles a los principios de libertad y justicia que hacen de nuestra patria la nación independiente, humana y generosa, a la que entregamos nuestra existencia”. Era el momento justo. Es la edad precisa.