Armando Zamora/
Imaginemos la escena: junto al río Eufrates, los israelitas trabajan como esclavos mientras esperan la muerte. De pronto se escuchan los aires melancólicos de Va, pensiero, un canto de esperanza que ha dado mil vueltas al mundo sin perder ni un ápice de su mensaje: creer en el futuro y en la libertad. “¡Vuela pensamiento, con alas doradas, pósate en las praderas y en las cimas donde exhala su suave fragancia el dulce aire de la tierra natal!”, dice el coro cantado por los hebreos.
Como la melodía que surge como himno fastuoso por los resquicios de la ópera Nabucco, la realidad también tiene sus meandros de tristeza, también nos hace maldecir con el hígado el dolor que causa la pérdida de un ser querido, el arrebato inmisericorde de la parca, la despedida sin adioses que se queda marcada en el costado izquierdo del alma, el rostro para siempre: ha muerto la maestra Sandra Luz Zamorano Ochoa el pasado domingo, y a lo lejos uno puede percibir el aleteo luminoso de aquel pensamiento con alas doradas…
Quien la viera tan luchona, tan optimista, tan hija de un dios que le infundió una luz especial para ver y saber durante más de 30 años por una institución con un origen y un destino marcado por la nobleza y por un espíritu social que cristalizó en el Laboratorio de Análisis Clínicos, al que ayudó a darle vida. Vuela maestra, y en tu viaje, como dice el coro, “¡Saluda las orillas del Jordán y las destruidas torres de Sion! ¡Oh, mi patria, tan bella y abandonada! ¡Oh, recuerdo, tan querido y fatal…”
La profesora Sandra Luz no pudo ganarle la batalla a un mal que, en un contrasentido irónico, se convirtió en un motivo más para seguir viviendo. La verdad del fin de la existencia no es ni por asomo un concepto científico: todos vamos a morir… eso ya lo sabemos. Y también sabemos que no es necesario lanzarle dardos a dios para acertar alguno y escuchar un quejido para comprobar su existencia: a veces dios no está afuera de las personas, sino dentro, por ello cada uno acepta esa posibilidad y eso justifica la armonía del universo, un equilibrio que la maestra supo mantener en su cátedra cotidiana por más de tres décadas y en su optimismo por los demás.
Los libros de la memoria de sus familiares, de sus compañeros de siempre, de sus amigos cercanos contarán la historia de Sandra Luz Zamorano como la de una persona dispuesta siempre a compartir sus conocimientos, que sabía escuchar con la misma pasión con la que explicaba, con palabras de clarividente, los misterios de la química. Sobre todo, las páginas hablarán de una mujer que fue amiga de dios y de la ciencia, que mostró siempre una lealtad incondicional con la enseñanza y compartió con su núcleo familiar todo aquello que cabe en la palabra felicidad.
Ya está en ese jirón de sueño que construyó para vivir luego de dejar su cuerpo, ese lugar que los privilegiados alcanzan después de haberse multiplicado en todos, y que en todos dejaron la semilla del recuerdo y de la buena esperanza. Y mientras, en algún lugar de las tardes, la tonada de Verdi se convierte en reclamo: “Arpa de oro de fatídicos vates, ¿por qué cuelgas muda del sauce? Revive en nuestros corazones el recuerdo y que hable del tiempo que se fue. Al igual que el destino de Israel, canta un aire de crudo lamento o que te inspire el Señor una melodía que infunda valor a nuestro dolor”.
Este martes 18 de diciembre, se le rendirá un homenaje póstumo de cuerpo presente en la explanada del edificio 5-A, del Departamento de Ciencias Químico Biológicas, a partir de las 9:30 horas. Descanse en paz la maestra Sandra Luz Zamorano Ochoa, y resignación para su familia, compañeros y amigos. (Foto tomada de Facebook).