Especial/ Armando Zamora//
Era el año de 1928, y en la Ciudad de México un grupo de jóvenes reunidos y hermanados con el nombre de Asociación de Estudiantes Sonorenses, con profundo sentido social y amor a la tierra que les dio origen, modelaban ideas para fundar un centro de estudios superiores en Sonora. Desde antes de su nacimiento, la Universidad de Sonora fue pensada como una institución moderna, vanguardista, con visión de futuro; una institución con el potencial de desarrollarse como una de las mejores del país y un referente para el extranjero.
Entre aquellos muchachos estaba Herminio Ahumada Ortiz, quien señaló el 10 de agosto de 1938: “Si queremos transformar el medio ambiente nacional, si queremos cambiar el sino de nuestra historia, eduquemos a nuestra juventud. Para ello es necesario, por lo menos, que contemos con una Universidad de Sonora hecha con el esfuerzo, con el sacrificio de cada uno de sus hijos”. Con ello dio pie al surgimiento de la máxima casa de estudios de la entidad.
La institución abrió sus puertas el 15 de octubre de 1942. Sólo una escuela estaba concluida y el edificio de Rectoría estaba a medio terminar. Así arrancaron las clases: entre varillas, cemento y ladrillos. De acuerdo con diferentes documentos, se consigna que los maestros fundadores de la Universidad de Sonora fueron 37. De ellos, tres eran mujeres: Luz Martinón Pujol, María Calderón y Rosario Paliza de Carpio.
Fechado el 20 de noviembre de 1948 y firmado por el rector Manuel Quiroz Martínez, el director de la Escuela de Farmacia, Ignacio Cadena, y el secretario general Rosalío Moreno, el primer título profesional expedido por la Universidad de Sonora se otorgó a una mujer: María Ofelia Navarro y Padilla, porque “Comprobó debidamente que, con sujeción a los planes y programas vigentes, hizo los estudios que conciernen a la Carrera de Farmaceuta, y fue aprobada en el examen recepcional que sustentó el día 18 de febrero de 1948”, según se asienta en el acta número uno.
El recinto universitario más icónico relacionado con las bellas artes lleva nombre de mujer: el 18 de octubre de 1982, la Universidad de Sonora, en justo reconocimiento a los méritos de la fundadora y directora de la Academia de Música y Canto, así como del Coro Universitario, puso el nombre de Emiliana de Zubeldía al teatro ubicado en el edificio del Museo y Biblioteca.
Según datos de acceso público que se ofrecen en el sitio de la Dirección de Planeación, de los 29,209 estudiantes de licenciatura inscritos en la institución, el 56.6% está conformado por mujeres, y al menos el 50% de los funcionarios de la administración son mujeres también, y dos de tres vicerrectores también son mujeres.
Esto refrenda uno de los principales valores institucionales: la equidad. Y al ser fruto de un valor universitario, este equilibrio no parece ser producto de una negociación de cuotas de género, sino una realidad elemental: cuando se buscan capacidades y perfiles para ocupar un puesto, hombres y mujeres están en igualdad de circunstancias. Esa posibilidad siempre ha estado presente en la Universidad de Sonora.
Pero en sus casi ocho décadas de vida institucional, la Rectoría, sustantivo femenino, nunca fue ocupada por una mujer en la Universidad de Sonora, también femenino. ¿Por qué? Nadie sabe, pese a que en la historia reciente de los procesos de nombramiento de rector hubo excelentes aspirantes femeninas al cargo que se quedaron en el camino, mujeres brillantes que se han esforzado tanto o más que sus equivalentes varones, de acuerdo a los parámetros vigentes.
Nacer mujer no es una elección personal, esforzarse por ser mejor sí lo es
Hasta el 15 de junio de 2021, la Universidad de Sonora tuvo 16 rectores: Aurelio Esquivel Casas (1942-1944), Francisco Antonio Astiazarán Varela (1944-1946), Manuel Quiroz Martínez (1946-1953), Norberto Aguirre Palancares (1953-1956), Luis Encinas Johnson (1956-1961), Moisés Canale Rodríguez (1961-1967), Roberto Reynoso Dávila (1967-1968), Federico Sotelo Ortiz (1968-1973), Alfonso Castellanos Idiáquez (1973-1982), Manuel Rivera Zamudio (1982-1987), Manuel Balcázar Meza (1987-1989), Antonio Valencia Arvizu (1989-1993), Jorge Luis Ibarra Mendívil (1993-2001), Pedro Ortega Romero (2001-2009), Heriberto Grijalva Monteverde (2009-2017) y Enrique Fernando Velázquez Contreras (2017-2021). Todos hombres.
Quizá muchos se pregunten ¿cuál sería el aporte de una mujer en la Rectoría? La respuesta es sencilla: la misma contribución que puede ofrecer un varón, además de todo aquello que ha adquirido en su transitar por los diversos peldaños de la vida en una sociedad y una cultura que hasta hace muy poco ha ido cambiando su visión sobre ellas, porque si bien nacer mujer no es una elección personal, esforzarse por ser siempre mejor sí lo es.
Las aspirantes al cargo de rector en varios procesos son prueba de ello; se han multiplicado en varias personas a la vez: madres, esposas, amas de casa y, además, cumplir con una jornada de trabajo fuera del hogar. En otras palabras, han atendido las ocupaciones invisibles en casa y las obligaciones visibles en el trabajo. Ello, guste o no, fortalece el temple como persona sin endurecer el espíritu ni la sensibilidad.
Desde hace algunos años la Universidad de Sonora ha enfrentado la magnífica oportunidad de crear nuevas realidades en su interior para ofrecer hacia el exterior, a la sociedad, una nueva manera de hacer las cosas y sentir los beneficios. Resulta destacable lo que observa la abogada y jurista italiana Lia Cigarini: “la autoridad femenina no replica a la autoridad tradicional porque la diferencia femenina no se mide con la masculina”, y añade que la práctica que crea autoridad simbólica de mujeres también genera nuevas realidades sociales. Y nuevas visiones y nuevas sensibilidades en el trato cotidiano, se podría añadir.
Así, la figura de autoridad femenina no debe medirse teniendo como referente a una figura masculina, sino a su propio género. Y ello podría abrir un sendero nuevo en las relaciones internas y externas de la institución, que honre la presencia de la mujer en todos los escenarios universitarios.
La dignificación de la mujer no tiene que ver con porcentajes ni con números fríos, sino con el reconocimiento a los méritos, con el respeto al ser humano, con la solidaridad con los individuos, con el honrar las capacidades de la persona y de su contribución social no a un grupo sino a toda una comunidad que requiere de su presencia y su participación.
Exclusivo para hombres
Sin duda, ser rector es el máximo logro al que aspira en su trayectoria profesional todo académico con méritos y con vocación de servicio. No obstante, como dice el columnista Cuauhtémoc Carmona: “la participación de la mujer en la academia y en la política en México ha estado un tanto en el olvido por más que los discursos de género aborden que la participación es equitativa e igualitaria”.
Quien aspire a ocupar la Rectoría tiene que ser académico y político, pues la formación académica es fundamental, pero, al mismo tiempo, el rector debe saber actuar políticamente porque debe defender a la Universidad de Sonora contra viento y marea, pues la institución ha sido y es la conciencia crítica de la entidad; incluso, de la región noreste del país, y debe seguir siéndolo. Y al mismo tiempo es la reserva ética y moral de Sonora: el rector está obligado a mantenerse a la altura de ese principio.
Y debe ser concertador, saber tomar decisiones, atreverse a actuar en los marcos democráticos, ser respetuoso de los órganos colegiados, y al mismo tiempo tiene que saber escuchar a la comunidad universitaria, atenderla, acompañarla, no temerle, ser parte de ella y compartir sus necesidades e intereses, caminar junto a los universitarios, mostrar sensibilidad, ser justo, humilde, honesto, honrado y transparente.
Afortunadamente, el rol participativo y protagónico de la mujer en la academia y la política empieza a crecer y debemos celebrarlo, no con el ánimo que muchos feministas desearían, dice Carmona, sino más bien por los resultados que sólo ofrecen ellas cuando dirigen y gobiernan con un toque especial y diferente por ser mujeres dentro de un campo que todavía está encerrado por un muro y con un cartel en la entrada que dice: ‘Exclusivo para hombres’, subraya el columnista.
El duro camino que finalmente llevó a una mujer a la Rectoría
La comunidad universitaria es incluyente y plural: los valores institucionales y los discursos así lo manifiestan, sólo faltaba que esa inclusión y esa pluralidad transitaran de las letras a la realidad. Y si uno se asoma a la rica historia de la Universidad de Sonora, inevitablemente surge la pregunta: ¿por qué se habían tardado tanto los diversos órganos de gobierno de la Unison (Patronato, CAUS, Consejo Universitario, Junta Universitaria) para nombrar a una mujer como máxima autoridad personal de la institución? En su momento, solamente ellos lo supieron.
Queriendo o no, la Universidad forma a quien la puede dirigir. Y no cabe duda que la Universidad de Sonora —el mayor patrimonio social del estado, una institución progresista, de avanzada, moderna desde su nacimiento— y su comunidad universitaria estuvieron listas desde siempre para tener una rectora… y hoy esa posibilidad huidiza se ha hecho realidad con el nombramiento de María Rita Plancarte Martínez como rectora, la primera mujer en llegar a serlo.
El 1 de septiembre de 1944, en la respuesta que ofreció al informe presidencial de Manuel Ávila Camacho, Herminio Ahumada dijo: “Nada degrada tanto el espíritu como el no perseguir en la vida un propósito levantado; desperdiciarse en tareas menores, en labores intrascendentes. Y más aún deprime el tener algo noble y provechoso que cumplir y no ponerse a realizarlo.
“Cierto que no todos estamos llamados a consumar obras superiores: al genio, el héroe, el santo, son casos de excepción; pero cada uno de nosotros tiene ante sí algo grande que realizar, entendiendo la grandeza en razón del anhelo que deseamos ver hecho obra, y en el esfuerzo, decisión y constancia que pongamos en lograr lo que se aleja de nuestro hacer cotidiano, lo que huye de la diaria rutina y alcanza alturas a las que, al primer intento, nos parece imposible llegar”, añadió Ahumada Ortiz.
Casi 77 años después de esas palabras del impulsor de la creación de la Universidad de Sonora, el 16 de junio de 2021 María Rita Plancarte Martínez cristalizó, gracias al esfuerzo, dedicación y constancia, una de las metas personales que tenía ante sí como algo grande que realizar: ser rectora de la alma mater. La primera mujer en la historia de la institución.
En su primer mensaje en el cargo subrayó: “Me declaro una mujer orgullosa de serlo, una mujer que se reconoce depositaria de la larga lucha por la igualdad de género, pero también depositaria de la herencia de decenas de mujeres y hombres, especialmente quienes moldearon mi ética de trabajo —mis maestros y maestras, mis estudiantes y mis colegas—, que han tocado mi vida para forjar en mí la certeza de que la igualdad es un derecho y no una concesión”.
Sin duda, destacó, “soy producto de una sociedad de carácter firme y de su más pródiga e insigne institución, nuestra Universidad de Sonora”, mientras con la mano izquierda sujetaba con emoción la venera de rectora.
Y en sus palabras se entremezclaron las lejanas presencias de las maestras fundadoras, de María Ofelia Navarro, de Emiliana de Zubeldía y de tantas y tantas mujeres que con su esfuerzo y sus vivencias personales tejieron y siguen tejiendo cada día la historia de la máxima casa de estudios de la entidad, y que con su esperanza invisible y sus sueños al punto marcaron el duro camino que finalmente llevó a una mujer a la Rectoría…