El acompañamiento, una carrera y el color de la esperanza: sí se puede sobrevivir al cáncer de mama

Armando Zamora/

Javier Arroyo recoge en una crónica en el periódico El País las palabras de Miguel Botella, antropólogo forense y catedrático de la Universidad de Granada: “En el sur de Egipto, a 1,000 kilómetros de El Cairo río Nilo abajo, se encuentra la ciudad de Asuán. Allí, en el año 2,000 antes de nuestra era, una mujer de entre 35 y 40 años se enfrentó a una situación de dolor insoportable provocada por una metástasis completa, desde los dedos de los pies hasta la cabeza. Tuvo que sufrir muchísimo”.

El párrafo anterior se refiere al diagnóstico del cáncer de mama más antiguo documentado científicamente hasta el momento: de hace más de 4,000 años. “Por un lado —dice Botella respecto al estudio— nos cuenta que el cáncer de mama existe desde siempre, está en todos los momentos de la humanidad, y por otro, que esta mujer tuvo gente con recursos que la acompañó, que dedicó su tiempo a alimentarla, a cuidarla y a asistirla: debió estar al menos tres años viva mientras la metástasis crecía.

“No tenían nada para curar esa enfermedad pero sí sabían ya cómo utilizar el opio para paliar los dolores”, recuerda Botella, por lo que el opio y la atención de sus acompañantes serían quizás los únicos consuelos para esos tres años de fortísimos dolores.

Acompañamiento: una de las claves para sobrevivir al cáncer de mama. Prevención y acompañamiento. Y en ese marco, la División de Ciencias Biológicas y de la Salud de la Universidad de Sonora, producto del proyecto de investigación sobre el Perfil Molecular de Cáncer de Mama, tuvo el acierto de impulsar el Programa de Acompañamiento para mujeres con cáncer de mama de la entidad y otros lugares del país, un método pionero en Sonora y México, que atiende algunas necesidades de las pacientes de cáncer de mama y sus familiares, gratuito y abierto a la sociedad.

El proyecto incluye un programa de entrenamiento muscular para mujeres sobrevivientes al cáncer de mama, y tiene como objetivo mejorar la funcionalidad que han perdido producto del tratamiento de su mal por una cirugía, y también es para mejorar su calidad de vida.

Y producto de este proyecto se ha conformado un sólido grupo de sobrevivientes que se han hermanado en la esperanza de encontrarle un sentido diferente a la vida después de haber pasado por el trance de haber visto a la muerte a los ojos y decirle con voz firme que el hilo de la vida aún tiene madrugadas y tazas de café que hay que disfrutar por algún tiempo más.

Sabemos que toda vida es un proyecto inconcluso: nunca se sabe qué podría haber logrado una persona de haber tenido la oportunidad de vivir un día más, un año más, una década más… y sabemos también que cuando falta una abuela, una madre, una tía, una hermana, una hija, una amiga, una vecina, también fal

ta un jirón de mundo: ese al que íbamos a sentarnos cada tarde a escuchar la voz querida que nos arrullaba con su canto: “Sé que hay tus ojos con sólo mirar, que estás cansado de andar y de andar…” porque nos conocía tanto.

La cuarta carrera del Programa de Acompañamiento

Ese grupo de mujeres sobrevivientes al cáncer es el motivo principal para organizar cada año la Carrera pedestre Juntos contra el cáncer de mama, que ayer cumplió con su cuarta edición: con una masiva afluencia de competidores, sobrevivientes, familiares, amigos y personas que se solidarizan con las nobles causas de la esperanza, al filo de las 7:30 horas sonó el disparo de salida para iniciar el recorrido de tres kilómetros que la mayoría lo hizo corriendo, otros caminando y unos más alentando a quienes se levantaron temprano el domingo y se apersonaron en la Universidad de Sonora para demostrarle a la vida que aún hay fuerzas para seguir el camino.

 Los ganadores en la categoría varonil fueron Ángel Miguel Teodoro, Darío Galaviz Gutiérrez y Jesús Jara, del Club Gilas, con 10:39 minutos, 10:52 y 11:02, respectivamente; mientras que en la femenil llegaron primero Arely Zamora Ruiz, del Club Peregrinos, representando al municipio de San Felipe de Jesús; Adriana Bautista y Anethe Karina Garay, con 12:36 minutos, 12:45 y 13:29, respectivamente. La premiación fue encabezada por autoridades de la máxima casa de estudios de la entidad.

Previo a la carrera y caminata, para relajar a los competidores, se realizó una corta prueba entre las seis botargas presentes, obteniendo el triunfo el Búho universitario, para dar fe de que somos búhos, volamos alto.

El reconocimiento

Para finalizar el acto, un grupo de mujeres sobrevivientes que acuden al programa ocupó el escenario y ofreció testimonios que coincidieron en asegurar que hay vida más allá del cáncer de mama. Y tienen razón: los estudios señalan que la supervivencia a cinco años es superior al 85%, dependiendo de algunas circunstancias, sobre todo de la calidad d

e la compañía que tengan quienes han sufrido los estragos de este padecimiento y están en recuperación. O que ya han superado el mal.

Hay una vida nueva, señalaron. Una que debe soportar el impacto físico de verse y saberse sin una parte de su cuerpo, con cicatrices que le recuerdan que ahí estuvo la muerte y que se ha ido. Además, hay marcas menos visibles pero que están ahí: como las emocionales y las sociales, por no mencionar las económicas. Y el terror permanente de saber que algún día, en algún lugar, a cualquier hora puede volver esa amenaza.

Señalaron que el programa les ha ayudado mucho, que han encontrado una nueva familia en todas las sobrevivientes y que han aprendido a conocerse más, porque verlas es como verse al espejo, y tenerles cariño es como quererse a uno mismo. Y agradecieron profundamente a la Universidad por acogerlas, por aconsejarlas, por guiarlas por un camino al que ciertamente le quedan menos hojas del calendario, pero han de ser días de calidad y de conocimiento y reconocimiento. 

Y como acto pleno de motivación, se hizo el corte de una trenza donada por una estudiante universitaria para el proyecto de elaboración de pelucas oncológicas, y se entonó la canción Color esperanza, que hizo que los presentes se unieran a corear la melodía con la garganta reseca y los ojos humedecidos acaso por el recuerdo de algún familiar o conocido que ya no pudo estar aquí: “Sé que lo imposible se puede lograr, que la tristeza algún día se irá, y así será: la vida cambia y cambiará…”