Aleyda Gutiérrez Guerrero
Cada mayo, la Universidad de Sonora detiene su ritmo habitual para mirar con gratitud a quienes han sido faro, cimiento y horizonte: sus maestras y maestros.
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Este día, el Salón de Convenciones del Centro de las Artes no solo fue sede de una ceremonia: se convirtió en un lugar donde la vocación y la constancia en la docencia fue celebrada.
Entre aplausos, abrazos y la emoción que flota cuando se honra lo verdaderamente esencial, nuestra casa de estudios reconoció a 138 docentes que han consagrado entre 25 y 55 años a la formación académica y humana de generaciones de estudiantes.
Tras la bienvenida a autoridades, homenajeados e invitados especiales, el aire se llenó del eco armonioso del Coro de Cámara de la Licenciatura en Música, bajo la dirección del maestro Héctor Acosta, que interpretó con conmovedora sensibilidad Dirait-on, del compositor Morten Lauridsen. La música pareció envolverlo todo: un canto de gratitud y respeto hacia quienes han dedicado su vida al arte de enseñar.
La primera entrega de reconocimientos fue para 74 docentes que cumplieron 25 y 30 años de servicio. Uno a uno, con paso firme y semblante orgulloso pasaron al presidium. Lucían elegantes, con los ojos brillantes y una sonrisa que reflejaba más que satisfacción: una vida de entrega, de pizarras, laboratorios, aulas, equipos de cómputo y largas jornadas de vocación.
Cada nombre pronunciado fue celebrado con aplausos cálidos y con infinidad de fotografías que no quisieron dejar escapar el instante.
El ambiente se volvió festivo, cercano, como un reencuentro entre viejos amigos. Hubo saludos entre colegas, abrazos sentidos que decían más que las palabras. Las flores circulaban entre las manos, símbolo de aprecio y cariño, pero sobre todo de felicitación y reconocimiento.
La Banda de Música de la Universidad de Sonora, dirigida por el maestro Horacio Lagarda, marcó el ritmo de la celebración con el tradicional paso doble Silverio, de Agustín Lara, que evocó otras épocas, pero también la permanencia de un espíritu universitario que no se desvanece.
La segunda parte del homenaje trajo consigo una emoción más honda. Fueron 64 los docentes reconocidos por 35, 40, 45, 50 y 55 años de servicio.
El acto alcanzó su punto más alto cuando se distinguió a quienes han permanecido más de medio siglo en la Universidad de Sonora. Con 50 años de servicio, pasó al escenario Francisca Ofelia Muñoz Osuna, del Departamento de Ciencias Químico Biológicas, y aunque no estuvo presente, este reconocimiento también fue para Arnulfo Castellanos Moreno, del Departamento de Física.
Y, con 55 años de labor ininterrumpida, los nombres de Rubén Flores Espinoza, del Departamento de Matemáticas, y Jorge Téllez Ulloa, del Departamento de Investigación en Física, se convirtieron en símbolo del compromiso absoluto con la formación científica de la institución.
Cabe destacar que este homenaje no fue por la simple suma de años, sino por décadas de entrega profunda a la alma mater sonorense, por vidas tejidas entre libros, proyectos, exámenes y generaciones de estudiantes que hoy transforman al mundo gracias a su guía.
El momento de mayor recogimiento llegó con la proyección del video en memoria de los docentes fallecidos en el último año. Siete grandes maestros que partieron, pero cuyo legado sigue latiendo en cada rincón de la Universidad. El salón guardó silencio mientras las imágenes y palabras recordaban que enseñar también es una forma de permanecer.
En esta ceremonia, Susana Angélica Pastrana Corral, académica del Departamento de Ciencias Sociales del campus Caborca, tomó la palabra. Con la voz templada y serena, habló de los desafíos y las recompensas de la docencia, del privilegio de formar y ser formados, de cómo, a pesar del paso del tiempo, la vocación se renueva en cada generación.
La rectora María Rita Plancarte Martínez cerró el acto con un mensaje profundo y emotivo. Reconoció a las y los homenajeados como pilares del crecimiento institucional, como los guardianes del conocimiento y la experiencia.
La ceremonia concluyó con la entonación del Himno Universitario, interpretado nuevamente por el Coro de Cámara y la Banda de Música. Fue un final solemne, como un abrazo coral a quienes han forjado con su esfuerzo el presente y el futuro de la educación universitaria en Sonora.
Mientras los asistentes se dispersaban lentamente, el ambiente seguía envuelto en alegría. Se multiplicaban las fotos grupales, los abrazos, las promesas de seguir coincidiendo, el orgullo palpable en las familias, los rostros de estudiantes que observaban con admiración. La vida universitaria se celebró este día no solo con discursos y música, sino con la certeza de que educar es, quizás, la forma más noble de trascender.