Aleyda Gutiérrez Guerrero/
Algunos desafíos de la antropología y de las instituciones públicas educativas son el trabajo invisibilizado de las mujeres en las instituciones académicas, el cuestionamiento a su capacidad intelectual, la intromisión en la vida privada, así como el acoso y violencia. Para el año 2019, sólo 50% de las universidades públicas contaban con algún protocolo de violencia de género, señaló Yaredh Marín Vázquez.
La doctorante del Centro de Estudios Antropológicos de El Colegio de Michoacán dijo lo anterior durante el conversatorio Mujeres, antropología e interseccionalidad, que ofreció de manera virtual para estudiantes de la Universidad de Sonora en el marco del Día Internacional de la Mujer.
El día 8 de marzo, a través de la plataforma Teams, impartió la charla a invitación de Héctor Francisco Vega Deloya, coordinador de programa de la Licenciatura en Antropología de la Universidad de Sonora, quien se encargó de presentarla a la audiencia.
La expositora compartió un análisis sobre la antropología como un campo donde se pueden observar diferentes perspectivas del estudio de género como una base sustancial de la disciplina y las aportaciones de algunos conceptos para el desarrollo de la investigación antropológica, como puede ser la interseccionalidad.
“Debemos cuestionarnos qué hacemos los antropólogos, hacer reconocimiento histórico de cómo se hace la antropología, cómo la estamos haciendo como mujeres o cómo se hace en relación con las mujeres”, indicó.
Marín Vázquez, quien cursó la licenciatura en la Escuela Nacional de Antropología e Historia del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y la maestría en El Colegio de Michoacán, durante el conversatorio hizo un recorrido acerca de las mujeres y los derechos.
Señaló que en 1947, en México las mujeres acceden al voto, y que en 1948 se hace la Declaración Universal de los Derechos Humanos. “En 1984 se crea la Cedaw, que es la Convención sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer, pero esto no es suficiente para subsanar que las mujeres tenemos derecho sobre nuestro cuerpo, y en 1994 se hace la declaración de Derechos sexuales y reproductivos, que es la Declaración de El Cairo.
“Actualmente, de todas las mujeres que habitamos el mundo, más de la mitad no saben leer y escribir. Siguen existiendo asimetrías muy grandes que están cruzadas por el género, por la clase, etcétera”, mencionó.
Durante su participación habló de mujeres destacadas en la literatura, la etnografía, y en las ciencias, y en especial en la antropología, además dijo que es necesario que sean reconocidas y tener más presencia no sólo por cuota de género, sino por su aportación y por la mirada distinta que pueden ofrecer.
Destacó el trabajo de Kimberlé Williams Crenshaw, abogada afroamericana, quien acuñó el término interseccionalidad en 1989, que pone de manifiesto cómo las diferentes categorías sociales generan opresiones y privilegios muy dispares al entrecruzarse entre ellas.
También mencionó a la filósofa Donna Haraway, profesora emérita del programa de Historia de la Conciencia en la Universidad de California, quien ha dado pistas metodológicas para la noción de conocimiento situado, herramienta interesante para pensar, no sólo desde la antropología sino de otras disciplinas, cómo conocer y cuestionar.
“Refieren que debemos aprender a cuestionar y a pensar cuando hacemos trabajo etnográfico, cuando nos acercamos a los otros, ¿de quién es la perspectiva representada y quién queda fuera? ¿Con quién estoy hablando y a quién no estoy preguntando? ¿Qué papel juega el poder no solamente en el proceso de escritura o de reflexión sino también en los procesos sociales que estoy analizando y dónde hay similitudes?
“Entonces, ambas nos ayudan a reflexionar cómo estamos haciendo etnografía y a mirar nuestros privilegios y vulnerabilidades. Estas intersecciones son una brújula que nos permite ubicar quiénes somos, desde dónde hablamos y quién es el otro con el que estoy hablando”.
También dijo que se debe analizar el poder en el ejercicio académico y de la profesión, y hacia dónde va, porque señaló que no se puede negar que tiene un origen machista y eso cuesta trabajo reconocerlo.
“Hay relaciones de poder en el interior de los campos de conocimiento, no es fácil reconocerse como víctimas, pero es mucho más difícil reconocerse como victimarios, porque eso nos hace enfrentarnos a nuestro privilegio, y es que tenemos poder y cómo lo ejercemos”, apuntó la antropóloga.