Armando Zamora/
La década del 70 trajo a la Universidad de Sonora aires de reforma: se veían venir nuevos ritmos y aromas al campus, y un aire de apertura venido de otras latitudes presagiaba un espíritu de lucha contra la intolerancia. La juventud tomó carta de naturalización en las aulas y una nueva rebeldía tomó las plazas y las calles de la entidad para gritarle al mundo “Seamos realistas, pidamos lo imposible”: el 67 aún latía en la memoria de los universitarios.
Ese fue el caldo de cultivo en el que germinó una estirpe de estudiantes que hizo de la máxima casa de estudios su motivo de vida, una generación que abrazó las causas de la institución como propias y que las llevó a todos los rincones del estado para sembrar la semilla del extensionismo cultural, de la vocación social y del espíritu que todo lo ilumina desde la mirada impertérrita del búho majestuoso del escudo universitario: eran los años setentas y la Universidad buscaba su propio camino hacia la modernidad.
Fue a inicios de la década del 70 cuando un joven José Rubén Duarte Rodríguez se inscribió en la antigua ECA de la Universidad de Sonora y pasó por las aulas de Altos Estudios: ahí, en la convivencia cotidiana con sus profesores y compañeros de varias licenciaturas, aprendió que la vida profesional también incluye defender las esperanzas de los que no tienen nada que perder, “ni siquiera la muerte”, como canta Silvio Rodríguez.
Rubén Duarte, “el Lennon”, vivió un tórrido y sólido romance con la alma mater desde el primer día que cruzó bajo el pórtico fastuoso de los siete arcos del edificio de Rectoría rumbo a la ECA a vivir como universitario lo que la vida le había deparado. Y después amplió su área de influencia hacia el periodismo, la música, la poesía, el activismo social, siguiendo siempre la luminosidad de la dignidad, la ética de los principios fundamentales del hombre que se respeta y las líneas que la lealtad dibuja sobre la arena de la amistad. El soñador inicial dio paso al guía sólido que, pese a las dentelladas de la enfermedad, se mantuvo firme y ecuánime, en paz con todo y con todos.
A las 9:45 horas de ayer, martes 5 de marzo, Rubén Duarte Rodríguez falleció de un paro cardiorrespiratorio en Hermosillo, la ciudad que lo vio nacer el 15 de enero de hace 67 años: ya no más el blues en la armónica ni la poesía arraigada en la vida misma ni la charla sobre las cosas simples de la vida; ya no más la presencia de alguien que hiló retazos de nuestra historia urbana para reconstruir en el libro Días de Fuego: El movimiento universitario sonorense de los años 70, una semblanza que nos incluye a todos; ya no más el colaborador asiduo de los eventos organizados por la casa de estudios…
Siempre hermanado con la Universidad de Sonora, Rubén Duarte fue fundador del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en 1976, participó activamente en los movimientos estudiantiles de los años setentas, y más tarde en la reivindicación de los derechos de la mujer y en la búsqueda de justicia para las víctimas del siniestro de la guardería ABC. Cada paso, cada palabra, cada aliento era una firme propuesta ante el olvido.
Rubén Duarte ha muerto, y con él se va una voz crítica, honrada y justa. Los viejos universitarios pierden un jirón de su pasado; los nuevos, un fragmento de herencia vital que con su andar pausado les recordaba que la única manera que vale la pena de construir la vida es observar el entorno sin bajar la mirada. Descanse en paz el hombre, el artista, el luchador social…