Ese día, jueves 27 de septiembre de 1821, el Ejército Trigarante, compuesto por 16,000 hombres de distintas regiones del país y comandado por Agustín de Iturbide, quien al inicio de la guerra de independencia fue un sanguinario perseguidor de los insurgentes, entró a la Ciudad de México, en un acto que la historia nacional toma como la conclusión de la guerra por la independencia, y que para la gran mayoría de los mexicanos es una fecha inexistente.
Atrás habían quedado desperdigados cientos de miles de mexicanos que habían abrazado una causa impulsados más por una entusiasta indignación que por un conocimiento claro de las razones que enarbolaban los líderes del movimiento, quienes si bien querían liberarse del dominio español no era para entregar el poder a los indígenas, sino a los criollos: los europeos nacidos en el continente americano. Es decir, a ellos mismos.
Atrás también habían quedado expuestos los restos de Miguel Hidalgo y Costilla (fusilado el 30 de julio de 1811, a los 58 años) y José María Morelos y Pavón (fusilado el 22 de diciembre de 1815, a los 50 años), y los de Ignacio Allende (muerto a los 42 años), Juan Aldama (a los 37 años) y José Mariano Jiménez (a los 29 años), fusilados éstos tres últimos el 26 de junio de 1811, por la espalda, considerándolos traidores.
En un acto de crueldad extremo, después del fusilamiento de Hidalgo, Aldama, Allende y Jiménez, sus cabezas fueron colocadas dentro de jaulas que se colgaron en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, como una medida de escarmiento a la población.
El historiador Alejandro Rosas, autor del libro Mitos de la historia mexicana, señala que se debe recordar a estos caudillos no como héroes, sino como personas que se atrevieron a tomar decisiones y romper su realidad en el momento.
El autor de destaca que no debemos olvidar que estos próceres murieron por los principios que defendieron. “Es algo que hoy en día ya no existe. Ellos murieron por la causa que creían más justa y mejor. Sabían morir por lo que creían. Se hicieron insurgentes y murieron insurgentes. No como ahora, que el que amanece amarillo al mediodía es azul y luego tricolor. Debemos recuperar su honorabilidad”.
Independencia con emperador
El 27 de septiembre de 1821 se puso fin a un movimiento insurgente que duró once años y once días de intensa lucha: un levantamiento independentista que ha sido de los más prolongados en la historia de los países del planeta.
Tras varios años y episodios de guerra, las fuerzas realistas al mando de Agustín de Iturbide y las insurgentes comandadas por Vicente Guerrero llegaron a un acuerdo para finalizar las hostilidades y formar el Ejército Trigarante o de las Tres Garantías (Religión, Independencia y Unión), que entró triunfante a la capital de la que era la Nueva España, la Ciudad de México.
Si bien esa fecha es considerada como la de la consumación de la independencia del país, habría que recordar que se trataba de una emancipación que reconocía la autoridad del rey español Fernando VII, incluso se le invitó a formar su Corte en estas tierras liberadas y encabezar el Imperio Mexicano.
Detrás de la consumación de la independencia de México estaban los intereses españoles que quisieron evitar a toda costa que la Constitución de Cádiz, restablecida en la península hacia 1820 por presiones del movimiento antiabsolutista, se implantara con todas las libertades que respaldaba (limitar el poder del monarca, consagrar la libertad de imprenta y los derechos del individuo, y convocar a las Cortes) en la Nueva España.
Mucha agua corrió bajo los puentes y muchos episodios políticos y militares se sucedieron hasta el 10 de febrero de 1821, día en que en Acatempan, Agustín de Iturbide, comandante del ejército del Virreinato, y por Vicente Guerrero, jefe de las fuerzas que peleaban por la independencia, se fundieron en un abrazo que marcó una paz relativa que con el tiempo estableció un ambiente propicio para firmar el Plan de Iguala y después a la creación del Ejército Trigarante, cuyo espíritu fue defender las tres garantías que ofrecía la lucha por venir: Primera, los bandos en disputa se unirían en uno solo; Segunda, se lucharía por la Independencia de México, y Tercera, se garantizaba que la religión católica sería la única permitida en la nueva nación.
El Ejército marchó por las calles de la Ciudad de México un día como hoy, y meses después, el 18 de mayo de 1822, Agustín de Iturbide fue proclamado emperador y coronado dos meses más tarde con el nombre de Agustín I. Y después, nuestra historia nacional se fue por las esquinas del tiempo, a veces confundiendo calles, a veces tomando rutas iluminadas, hasta este momento, en que rescatamos una fecha extraviada en las páginas menos recurridas del recuerdo coletivo.